UN CAMBIO PARA LA
ETICA ACTUAL
Vivimos inmersos en un proceso económico,
cultural y político que se caracteriza por el impacto de las tecnologías de la
información y de la comunicación en todos los ámbitos de la vida. Nos hemos
acercado comunicacionalmente, hemos multiplicado nuestra riqueza planetaria y
nuestros recursos para un mayor bienestar. Sin embargo también se ha duplicado
la pobreza y las tasas de distribución de esta riqueza reflejan una gran desigualdad
entre sus poseedores, personas, países y continentes.
Además el impacto de las tecnologías está
provocando un auténtico cambio epocal, ya que al crecimiento económico y
tecnológico se le suma un entramado cultural y político nuevo, producto de la
nueva disposición de poderes transnacionales liderados política y económicamente
por EEUU.
La educación que ha sido el campo por excelencia
donde se han aplicado los resultados de avances de la psicología cognitiva
experimentó un descontrol por el abanico de propuestas que se estaban
generando; dentro de la misma psicología algunos cognitivistas intentaron
reorientar sus proyectos hacia la moral de las virtudes como fue el caso de
Kholberg, “Cabe destacar que Kohlberg despreció
durante mucho tiempo el ámbito de la educación del carácter por su
planteamiento de «saco de virtudes», acusándole de elegir, en cierto modo
arbitrariamente, virtudes de entre una gran variedad. Aristóteles (1987), algo
irónicamente, aducía que la virtud principal que aportaba coherencia a las
demás era el razonamiento práctico, esencialmente la capacidad de razonar
correctamente
Una vez
superada la infancia, el ser humano normalmente posee no sólo capacidad
sensorial sino también capacidades mentales «superiores» como la conciencia de
sí y la racionalidad. Además, es un ser muy social, capaz -exceptuando los
casos patológicos- de amar, criar, cooperar y tener responsabilidades morales
(lo que implica la capacidad de guiar sus acciones a través de principios
morales e ideales). Quizás, estas capacidades mentales y sociales pueden
proporcionar sólidas razones para atribuir a las personas un mayor derecho a la
vida que a cualesquiera de los demás seres sensibles.
Un argumento a
favor de esta conclusión es que las capacidades específicas de las personas les
permiten valorar su propia vida y la de otros miembros de sus comunidades más
de lo que hacen otros animales. Las personas son los únicos seres que pueden
planear el futuro, y que están a menudo obsesionadas por el miedo a una muerte
prematura. Quizás esto signifique que la vida de las personas vale más para sus
poseedores que la de las no personas sensibles. Si es así, matar a una persona
es un mal moral mayor que matar a un ser sensible que no sea persona. Pero
también es posible que la ausencia de temor ante el futuro tienda a hacer que
la vida sea más placentera -y tenga mayor valor- para las no personas sensibles
de lo que es nuestra vida para nosotros. Así, tenemos que buscar otro
fundamento del superior estatus moral que la mayoría de las personas (humanas)
se atribuyen mutuamente.
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